El efecto Trump en Hollywood

Así es como la nueva presidencia estadounidense está influyendo en las estrategias de las principales compañías cinematográficas al otro lado del océano. Si durante el primer mandato de Trump, el sector se movilizó contra su administración, esta vez el panorama parece muy diferente.

Durante el Festival de Cannes en mayo de 2024, hubo un primer indicio de que algo comenzaba a cambiar en el mundo de la distribución estadounidense, aunque Donald Trump todavía no había sido elegido como presidente. The Apprentice, la película de Ali Abbasi sobre los orígenes de la fortuna empresarial del propio Trump, poco halagadora y con claros propósitos políticos, no fue adquirida por ningún distribuidor estadounidense. Temiendo su reelección, ninguna empresa quería verse en la situación de gestionar una película que la hubiese puesto en conflicto con el posible nuevo presidente.

Esta actitud se intensificó en los meses siguientes y estalló tras la elección, especialmente en lo que respecta a los grandes estudios y las plataformas de streaming. Si durante su primer mandato hubo una movilización del sector contra su administración, esta vez el panorama es muy distinto. Las grandes empresas tecnológicas y de entretenimiento, a menudo vinculadas a negocios más amplios, están ajustando sus estrategias para evitar entrar en conflicto con la nueva administración.

¿LIBERTAD CREATIVA EN RIESGO?

En otros tiempos, incluso empresas como General Electric y Coca-Cola reconocían que permitir cierta libertad de expresión dentro de su comunicación era el precio a pagar para acceder a un público amplio y obtener ganancias significativas. Sin embargo, en la segunda administración de Trump, parece que esta libertad está siendo progresivamente erosionada. Amazon, Apple y Disney, tres de los mayores actores del sector, ya están demostrando una mayor cautela en los contenidos que producen y distribuyen.

Todo lo contrario a lo ocurrido en el primer mandato de Trump, cuando Hollywood se posicionó claramente, y hasta las empresas más grandes, como Netflix, produjeron películas como Don‘t Look Up (donde Meryl Streep interpretaba a una presidenta de EE.UU. con evidentes rasgos trumpianos) o firmaron acuerdos con la productora de Barack y Michelle Obama. Parece claro que no se permitirá a las divisiones cinematográficas poner en riesgo los intereses más amplios de los conglomerados a los que pertenecen con contenidos potencialmente controvertidos. Bob Iger, CEO de Disney, ha comenzado a reducir el compromiso de la compañía con la representación de la diversidad en sus productos audiovisuales, tras más de una década en la que la empresa se había esforzado por incluir una mayor presencia de minorías étnicas y otros grupos en sus películas y dibujos animados. Se espera que Paramount, recientemente adquirida por David Ellison, hijo de Larry Ellison (uno de los hombres más ricos del mundo y gran apoyo de la campaña de Trump), siga la misma línea.

En 2007, Donald Trump obtuvo su estrella en el icónico Paseo de la Fama en Hollywood

LA CRISIS DE LOS DOCUMENTALES

Las primeras víctimas parecen ser los documentales políticos. Fueron el gran descubrimiento del nuevo milenio, primero con Michael Moore y sus documentales de gran éxito en taquilla, y luego con las plataformas, que en sus inicios encontraron especialmente en los documentales un contenido económico y de gran interés.

Si durante la primera presidencia de Trump los documentales parecían seguir teniendo un gran mercado (RBG y Knock Down the House fueron éxitos de crítica y de público), ahora tienen dificultades para obtener distribución, y el interés de las plataformas de streaming y de las productoras por estos proyectos está cayendo drásticamente. Alex Gibney, quizás el documentalista estadounidense en activo más respetado, influyente y galardonado, declaró a la newsletter The Ankler que hoy en día es mucho más difícil encontrar distribuidores para películas que puedan resultar incómodas para la administración. Un ejemplo emblemático que menciona Gibney es The Bibi Files, un documental sobre Benjamin Netanyahu que, años atrás, habría generado gran interés, pero que hoy tiene dificultades para encontrar distribución. Amazon, Disney y Paramount, que en otro momento se habrían disputado los derechos, ahora prefieren proyectos más alineados con la nueva corriente política. Otro caso llamativo es No Other Land, un documental sobre la situación en Cisjordania que ha ganado prestigiosos premios, incluido un Oscar, pero que no ha encontrado un distribuidor en Estados Unidos por enfrentar un tema “demasiado sensible”. Solo pudo calificarse para los premios de la Academia con una distribución “limitada”.

En cambio, Amazon ha gastado una cifra muy alta, 40 millones de dólares, para adquirir los derechos del documental sobre Melania Trump, superando las ofertas de Disney y Paramount. No se trata de un documental de investigación, sino de una obra hagiográfica sobre la vida de la primera dama, producido, entre otros, por la propia Melania Trump. Actualmente se encuentra en fase de rodaje y el director es Brett Ratner, quien desapareció de Hollywood en 2017 tras ser acusado de acoso sexual por varias actrices (la más conocida, Olivia Munn). Jeff Bezos, quien durante el primer mandato de Trump adoptó una postura claramente anti-trumpiana con The Washington Post, este año no solo ha evitado posicionar su periódico, sino que también ha contribuido a financiar la ceremonia de investidura.

LA RETIRADA DE LOS GRANDES ESTUDIOS DEL DEBATE POLÍTICO

The Apprentice, que no había sido comprado para el mercado norteamericano en Cannes, finalmente encontró un distribuidor un mes después (algo altamente inusual para una película de la competición oficial, especialmente siendo una coproducción estadounidense con actores como Sebastian Stan y Jeremy Strong) con Briarcliff Entertainment. La película se estrenó en Estados Unidos en octubre en muy pocas salas y con escasa publicidad, pero obtuvo dos nominaciones (sin éxito) en los Oscar, precisamente para sus dos actores principales. Es una película que la Academia consideró relevante, pero que fue distribuida con extrema cautela y sin el respaldo de un gran estudio.

Especialmente en esta fase inicial, recordando cómo Trump puso en aprietos a Disney durante su primer mandato por la adquisición de 20th Century Fox, nadie quiere repetir el error de posicionarse como un opositor frontal del nuevo poder. Y Disney, en particular, no quiere cometer ese error de nuevo, razón por la cual ha eliminado su programa Reimagine Tomorrow, que promovía la diversidad e inclusión dentro de la empresa.

Por ejemplo, la diversidad ya no será un criterio para determinar los salarios de los ejecutivos. La eliminación de estas políticas, conocidas como DEI (Diversity, Equity, Inclusion), es una batalla plenamente trumpiana. Disney también ha modificado las advertencias que preceden a sus películas y dibujos animados en Disney+. Antes se indicaba que el contenido “incluye representaciones negativas y/o malos tratos hacia poblaciones o culturas”; ahora el mensaje dice: “este contenido se presenta tal como fue originalmente creado y puede contener estereotipos o representaciones negativas”.

EL CONTROL DEL GOBIERNO SOBRE HOLLYWOOD

Después de muchos años en los que la producción audiovisual estuvo claramente orientada hacia la protesta y la crítica, a menudo con resultados económicos favorables, parece que en su segundo mandato Trump esté logrando cambiar el rumbo. Lo que se avecina será un periodo mucho menos turbulento y combativo en comparación con los mandatos de George W. Bush y el propio Trump, y si bien esto garantiza cierta estabilidad en términos de inversiones y relaciones con el poder, también puede empobrecer la capacidad del cine y la televisión para influir en el debate público y captar los pensamientos, los deseos y las aspiraciones del público. No solo se han implementado medidas preventivas por miedo a lo que pueda suceder, sino que ya se han visto intervenciones directas del gobierno en el sector audiovisual. La Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), bajo la nueva administración, ha iniciado una investigación sobre Comcast (propietaria de Universal) para determinar si sus iniciativas de diversidad constituyen una forma de discriminación. Se argumenta que los no pertenecientes a minorías estarían siendo discriminados, lo que ha puesto presión sobre varias empresas respecto a sus políticas DEI.

En línea con la preferencia del gobierno de Trump por la imagen y la apariencia, muchos de estos cambios han sido más anuncios que medidas reales. Varias compañías han confesado que siguen manteniendo esas políticas, muchas de ellas esenciales para su negocio (en el cine, representar a un público diverso es clave para atraer espectadores), pero bajo etiquetas diferentes que no incluyan el término DEI, ahora considerado un estigma.

El Kennedy Center for the Performing Arts, el principal organismo cultural del gobierno federal para la promoción de las artes escénicas en EE.UU., un símbolo del soft power cultural y una referencia para la escena artística del país, no ha logrado sortear las apariencias: Trump ha destituido a toda la junta directiva y se ha nombrado a sí mismo presidente, declarando que quiere promover una “Nueva Edad de Oro para el arte estadounidense”, eliminando lo que él considera “propaganda antiamericana”. Como protesta, la productora y guionista Shonda Rhimes (Bridgerton, Grey’s Anatomy) ha dimitido de su cargo en la junta.

TRUMP Y EL CINE ESPAÑOL

En medio de una guerra arancelaria lanzada por la Casa Blanca de final incierto, la administración de Trump se muestra muy crítica con la regulación audiovisual española al considerar que lesiona sus intereses. En un informe de 397 páginas que el presidente exhibió durante la rueda de prensa en la que anunció una drástica subida de aduanas para todos los países del mundo, el gobierno de Estados Unidos dedica especial atención a España. Se queja de que la actual obligación de los cines nacionales de exhibir un 25% de películas europeas (la postergada nueva ley del cine lo rebaja al 20%) reduce los resultados del cine americano. Lo expresa de esta manera: “Por cada tres días que se proyecta en cines una película de un país no perteneciente a la UE, se debe mostrar una película de la UE. Esta proporción se reduce a cuatro días si el cine proyecta una película en un idioma oficial de España distinto del español y se sigue mostrando la película durante todo el día”.

A Trump tampoco le gusta la obligación de las plataformas de streaming de “incluir al menos un 30% de contenido de la UE” ni tampoco “que las emisoras con ingresos superiores a 50 millones de euros deban invertir el 5% de sus ingresos en la producción de obras de la UE y españolas y el 40% para productoras independientes”. Lo que no dice el informe es que siguiendo la lógica “trumpista” de equilibrar a base de aranceles el déficit comercial, el de España con Estados Unidos en lo relativo al audiovisual es inabarcable. En 2024, las películas americanas recaudaron en España 369 millones de euros, un 77% de cuota de mercado, contra los escasos 2,2 millones de la película nacional La habitación de al lado de Almodóvar en ese país. Aplicando la “tasa Trump”, el arancel podría subir hasta al menos un 150%.

El artículo ha sido publicado en el número de Box Office de mayo de 2025, que puedes descargar gratis o suscribirte para recibirlo.

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