Un cine vale más que mil películas

El l título de este editorial es deliberadamente provocador, ya que, como enseña la propiedad conmutativa, el cine no existiría sin las películas, y viceversa. Pero la provocación sigue siendo válida. Si bien es cierto que se habla con frecuencia sobre la centralidad de las campañas de marketing para los filmes, que sigue siendo esencial, no se dedica suficiente atención a la comunicación que los cines podrían desarrollar para autopromocionarse. Las salas tienen un valor, una fuerza y recursos que, en lugar de darse por sentados, deberían ser reconocidos y aprovechados al máximo. ¿Cuántas veces los exhibidores realizan inversiones significativas en sus instalaciones, pero el público no se da cuenta, simplemente porque no se les ha informado adecuadamente? Cada novedad, si no está acompañada de una comunicación eficaz, corre el riesgo de pasar desapercibida. Por lo tanto, es fundamental redescubrir los puntos fuertes y encontrar la manera más efectiva de dar a conocer estas fortalezas al público exterior. Además, hay una creciente necesidad de formación para sacar el máximo provecho de las redes sociales, herramientas esenciales para alcanzar a un público amplio y diverso. Pero no solo eso: también es importante promover eventos locales que involucren a las comunidades, considerando la oportunidad de hacer publicidad exterior en ubicaciones estratégicas. Y si no se dispone de tecnologías avanzadas, tal vez se pueda aprovechar el confort, la programación, los amplios espacios, los eventos con talentos, las promociones a medida o los formatos originales que se puedan difundir en pequeñas dosis a través de video en redes sociales. En resumen, todo puede contribuir a construir una identidad alrededor de un cine, solo hace falta identificar los puntos fuertes sobre los que apoyarse. De hecho, aquellos que ya se han movido en esta dirección pueden contar con una base de espectadores más fieles y una mayor afluencia. Porque cuanto más claro es el cine en términos de comunicación, más se convierte en un lugar familiar para el público, un lugar al que siempre es agradable regresar. A veces no es necesario sobresalir de manera extraordinaria para llamar la atención: basta con saber valorarse a uno mismo de manera auténtica y eficaz.

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